Jacqueline Unanue pinta desde la no conciencia: una abstracción lírica de sentimientos irrefrenables

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Artículo de Daniel Santelices Plaza, Doctor en Historia del Arte Universidad de Navarra, España.

Cuando Kandinsky llega en 1910 a la abstracción en las artes visuales, lo hace desde la música dado que ésta desde siempre ha sido el lenguaje abstracto por naturaleza. Y el pintor ruso –conocedor de ambas disciplinas- logra que la pintura sea un lenguaje en sí misma, en cuanto a que los elementos plásticos como color, forma, composición, constituyan una obra ajena a toda representación figurativa. La pintura no tiene por qué seguir sometida a la figuración y menos ilustrar un mundo literario centrado en el historicismo y actos heroicos o descripciones de la naturaleza. No significa que la figuración como tal no continúe sus procesos y lo ha hecho hasta nuestros días, pero con la abstracción se crea un lenguaje esencialmente pictórico.

Y es lo que advertimos con plena evidencia en la obra de Jacqueline Unanue. Más aún, el vínculo que establece desde la pintura eminentemente presidida por la reinterpretación que ella hace de la música de grandes compositores, es desde la gestualidad provocada por el mundo de las sensaciones: sentimiento ante el flujo de una música cuyo contenido impulsa a plasmar en colores un sentir, aprisionar en trazos de gran libertad la unión entre la sensación de prolongar en el cuerpo esa gestualidad y el no permitir que la razón entorpezca ni por un instante esa unión en que la fusión es desde dos mundos abstractos en un solo. Esa esencialidad es de tal envergadura que por su desaprensión ante lo racional, bien se puede comparar como la de la etapa de los niños que primeramente garabatean y lo hacen por un sentir y que en este caso es la música que sugiere los trazos, las manchas, y a veces, el frottage, frotar una y otra vez la superficie impregnada de color de fondo, todo presidido por las sensaciones: fuera la razón.

Las obras si bien pueden requerir la exposición tanto visual como musical que concretiza a una pintura, debemos asumir que la obra es eminentemente visual y toda su vitalidad y fuerza –entendida ésta tanto como vigor o como delicadeza- provocan la creación de un universo autosustentable en su creatividad, como un tercer producto interrogado desde la pintura.

Es en este desafío que se juega con todas sus fibras de artista visual Jacqueline Unanue. Y nos encontramos en el viejo y siempre vigente dilema que no es otro que el texto –en este caso la música- es un pretexto para crear un nuevo texto, en este caso una obra visual que se sostiene ante sí misma. Y todo aquello que la música proporciona en su lenguaje abstracto, Unanue lo reinterpreta y crea una obra pictórica única e irrepetible, independiente, sólida: un nuevo universo.

Es interesante referirse al proceso de creación, la etapa consciente de determinar la superficie a pintar, la disposición de los elementos plásticos y su materialidad. La etapa inconsciente es la que desafía en plasmar una gestualidad ajena a la razón, dejar fluir el mundo de sentimientos cuya prolongación es hasta visceral, involucra el placer del gesto hasta lo corporal. Nada de lo que acontece en esta etapa es previsible, subyace reinterpretado lo que la música provoca y si bien está como protagonista inicial, deja paso a la obra que concretiza lo experimentado.

Y he ahí el resultado. No de otra forma se entiende la subyacencia del actuar desde lo inconsciente que ha atravesado todo el siglo XX y parte del actual. La desconfianza en la razón –ya lo cito Goya “La razón crea monstruos”- lo evidencian Kafka, H. Hess “Lobo estepario”, el surrealismo en las dos vertientes de las dos postguerras mundiales, tanto de los años veinte como muy subliminalmente en el informalismo de un action painting de los años cuarenta y cincuenta, ya sea de un Pollock y quizás -más cercano a Jacqueline Unanue- del armenio Gorky. Diríamos que en la obra de Jacqueline Unanue, hay actitud del primero y asociable formalmente con el segundo, en el  gran despliegue creativo que ha expuesto en la itinerancia iniciada en Washington y culmina en Barcelona.

Estar viviendo en Filadelfia desde hace 15 años, a un paso de la multifacética gran manzana que es Nueva York y Washington D.C., sumado a las innumerables galerías y riquísimos museos contemporáneos así como de las diferentes culturas, constituyen un proceso de retroalimentación vital, dentro de una vida multicultural, así como también una activa participación en la escena artística de la ciudad de Filadelfia, son para Jacqueline Unanue todo un capital imprescindible.

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